Hoy quisiera dedicar este comentario a una de las grandes figuras universales: José Martí. En conmemoración a su natalicio y a la estima que le profeso, quiero referirme a una de las facetas más atractivas del Apóstol. Hablo de su visión no solo como literato, crítico de arte o estratega militar, sino como experto en las artes culinarias.
Este cubano errante, aunque de cuna humilde, alcanzó una cultura universal en la cual se incluía su apreciación de la alta cocina. Fue verdaderamente un conocedor de la materia y pese a su muy moderado comer, se cuenta que disfrutaba de las delicadezas de una mesa bien servida. Conocía los misterios de todos los platos famosos del mundo como el mejor de los cocineros. Sabía catar los vinos y gustaba de saborear una buena copa de Tokay. Aunque su bebida predilecta era el vino Mariani.
Jose Martí tenía un trato encantador con sus amigos, amenizaba sus charlas con comentarios sobre arte, en especial de música, pintura y teatro. A propósito, se dice que en más de una ocasión obsequiaba a sus gentiles oyentes una taza de chocolate humeante, preparado con sus propias manos.
Una de las historias que giran en torno a Martí como refinado comensal cuenta que, en cierta ocasión, el propietario de un restaurante cubano de Nueva York
ofreció un almuerzo en su honor. Aunque la comida era sencilla, el
dueño pidió prestada una magnífica vajilla que incluía hasta
enjuagatorios. Al final de la fiesta, uno de los comensales al encontrar
un pedazo de limón en su enjuagatorio y no estando acostumbrado a tal
práctica, pensó que se trataba de una limonada y se la bebió. Sus vecinos comenzaron a sonreírse, pero Martí, percibiendo la ofuscación del hombre, con toda seriedad alzó su enjuagatorio y se bebió el contenido.
Como todos sabemos, este ilustrado estuvo gran parte de su vida en el exilio. Allí en Nueva York conocía en qué restaurante, a precio económico, podía degustarse una comida italiana, húngara o de cualquier otra nacionalidad. Llegó a convertirse en un verdadero gourmet para sus amistades. Pero a Martí no le complacía comer solo y prefería ir siempre acompañado de algún amigo.
“Comer solo es un robo”, solía decir. Con esta misma filosofía no solo invitaba a los camaradas a comer en un modesto restaurante, donde servían comidas típicas de distintos países; sino también a la casa donde residía.
Martí gustaba saborear el café con miel, condimentado con anís o nuez moscada. A propósito de esta bebida expresó: “El café es un jugo rico, fuego suave, sin llama, sin ardor, que aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas“.
Le encantaba conocer cada árbol con sus propiedades. Incluso dejó
constancia de los alimentos y de los remedios naturales de la sabiduría
campesina, indispensables para curar a los heridos combatientes. Ya
cuando arribó a la guerra de Cuba pudo disfrutar la comida cubana típica preparada por los campesinos orientales, como hace constar repetidamente en su Diario de Campaña.
Sin dudas, no es menos cierto que José Martí escribió de todo un poco. Con respecto a la nutrición y la higiene de los alimentos expresó: “Comer bien, que no es comer ricamente, sino comer cosas sanas, bien condimentadas, es necesidad primera para el buen mantenimiento de la salud del cuerpo y de la mente”.
Tomado de: https://restaurantlacasa.wordpress.com/
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